Pintar conlleva un fascinante proceso químico. En la elaboración de un pigmento se usan diversos minerales cuyas propiedades retrasan en mayor o menor medida su oxidación al entrar en contacto con el medio aglutinante, con otros pigmentos, el aire o la luz… Utilizamos el término permanencia para hablar de aquellos pigmentos que debido a su resistencia a la oxidación se comportarán de manera estable evitando la degradación o alteración color durante los años posteriores a la ejecución de un cuadro.
Imagino la superficie del cuadro como un intercambio reactivo entre todas las micro partículas minerales, algo que sucede permanentemente. El cuadro está vivo.
El cuadro que aquí he utilizado representa el episodio bíblico de las bodas de Caná, pintado por Veronese. El milagro descrito también podría ser definido como un intrigante proceso químico en el que las propiedades moleculares del líquido elemento cambian de modo inexplicable.
De modo que tanto el cuadro en cuanto a objeto como la imagen comparten algunas características. Primeramente, la voluntad de permanencia. Permanencia del color, permanencia en la retina o permanencia en la memoria.
En segundo lugar, el sometimiento a un proceso. En el caso del cuadro, a un proceso químico: la oxidación. En el caso del episodio bíblico interpretado, a este proceso se le llama milagro. Algo en común entre estos dos procesos es su invisibilidad. Al ojo humano le es imposible percibir la degradación del color debido a la lentitud de esta transformación. Tampoco es posible explicar el momento exacto en que la transformación del agua en vino tuvo lugar, sin embargo, según se describe, las propiedades moleculares del líquido elemento cambiaron.
La primera vez que vencí mi timidez adolescente para entrar solo en una galería tenía unos 15 años. Al pasar delante de la puerta sentí una gran curiosidad por unas pinturas de un tal Lindström. Pintaba cuadros bastante abstractos con unos empastes brutales, y toda la galería olía fuertemente a algo que desconocía pero que me agradaba muchísimo. Era el óleo.
No pude resistir el tocar la superficie de una de ellos, hundiéndola un poco para descubrir que por dentro aún estaba tierna. Aquellos cuadros se iban a secar en años. Estaban vivos!
Cuento esto porque ya entonces comprendí que el olor es el delator de un proceso que tiene lugar. Putrefacción, oxidación, enfermedad, polinización, seducción…
Sin embargo, en el episodio de las bodas de Caná no se nos describe un proceso químico. Las cosas eran de una manera, y a partir de un momento indefinible, dejan de serlo. No hay un olor que delate un proceso. En ningún momento de este episodio se nos describe olor de la transformación.
Seguramente, una vez consumado el milagro, el vino olería a vino, pero este no es el olor que nos interesa.
Los puzles que utilizo en esta serie recogen imágenes de famosas pinturas europeas de los últimos 500 años. Huelen cartón, a fábrica, a proceso estandarizado. La referencia artística en su superficie es una excusa para otra cosa.
De algún modo esta otra cosa está manifiesta en todos los ámbitos de la actividad humana pero su capacidad corruptora en el campo de la producción artística me interesa desde hace ya bastante tiempo generando al mismo tiempo desconfianza y fascinación porque esta corrupción es también un proceso oxidante.
¿Cuál es el olor de este proceso?
La fe…se oxida? ¿qué olor tiene la fe?
Pelar puzles es el acto simbólico de desposeer a las cosas de su imagen. Utilizo esta serie en particular porque en la pintura antigua se halla el numen del rol que hoy juega la imagen en nuestra percepción de la realidad. Las imágenes permitidas o celebradas tapan tanto o más que revelan. La paradoja reside en el hecho de que la eliminación de toda imagen produce una nueva. Así sucedió al pelar los puzles, de modo que recogí las sus detritos y los compacté llamándoles entropías. Me interesaba la posibilidad de construir una imagen utilizando todo aquello que de ella es descartable. Un intento simbólico y fallido de crear imágenes destapadas.
Estas piezas son pues la consecuencia de la desconfianza hacia la historia del arte, de una fe desgastada que a pesar de todo se resiste al olor a cloroformo.
Jaime Pitarch