
Aromas de la isla negra
Desde el cielo, antes de aterrizar, se divisaba un pequeño islote negruzco en medio de una inmensa mancha azul turquesa, en su recorrido nada se mueve en la isla excepto las nubes que van locas de una parte a otra. Un balcón abierto y una calle vacía para que el viento paseé por ella y lo impregne todo con su olor fuerte a tierra desértica y, el silencio de nuevo, como una noche sin luna. Así fue mi llegada a Lanzarote.
Lanzarote es tierra y mar, pero también es perfume, perfume a tierra quemada, tierra primitiva. Perfume a algas y mar, a viento del Sáhara y polvo. A Malvasía aromática. Una aroma que te acompaña por dónde quiera que vayas, porqué Lanzarote es una tierra de contrastes y aromas, y en cada parte de la isla puedes encontrar un aroma, un perfume que te llevará a completar tu viaje.
Partiendo de estas premisas, y de la interpretación del paisaje, de la relación existente de la isla entre el cielo y la tierra, mis apuntes pretenden trascender más allá del encuentro común con el paisaje, éste deber ser tomado como pretexto para desarrollar el trabajo, y no hay que intentar buscar una referencia topográfica, una imagen conocida, ni siquiera una referencia a las miles de guías turísticas que hasta hoy existen.
El paisaje no sería paisaje sin sus olores, sus perfumes particulares y propios; el olor a mar, a tierra quemada, a polvo de desierto, a agua que corre por sus cuevas.
El paisaje es ese espacio para la pérdida y el duelo, para el miedo y la duda, pero también lo es para la memoria y el recuerdo, para el reencuentro con uno mismo y con sus antepasados desde la tranquilidad y la soledad. Y como no, el paisaje es ese horizonte que nos acompaña allá donde estemos aunque no lo veamos.
La pieza que tenemos entre nosotros es un objeto que pretende ser un paisaje, un horizonte, blancura de mar atada para no escapar de esos horizontes que invaden la isla, y a través de ellos podemos tocar esa tierra quemada y de fuerte olor, pero también es ese perfume aromático que nos envuelve el mar.
Vicent Carda