“Espejos, nunca hasta ahora se han dicho los secretos
de vuestra esencia. Intervalos ciegos del tiempo, ojos perfectos
de tamices que llenan ausencias”.
Rilke, Sonetos a Orfeo
Constatamos: nuestro olfato ha ido perdiendo unas funciones que nuestro organismo ha sustituido por otros sentidos, ya no es imprescindible para nuestra supervivencia, ¿pero lo es la imagen especular?, ¿lo es la concepción de lo real?, ¿cuál es la funcionalidad de la visión? “El olor […] era como un fragmento del pasado”, nos decía Proust, pero ya no hay emoción, y quizás por ello no hay pasado, las “cosas” ya no huelen. Instintos atrofiados se unen a emociones atrofiadas, y al revés. En un individuo aislado (el actual) el olor no conectará con lo emocional; añadimos que el reflejo no huele y la imagen que aparece está distorsionada (por el agua y el color del espejo). El “yo” buscado en la reflexión no existe, no desprende aroma, es una realidad fragmentada en la que buscamos angustiados una esencia fantasmal, inexistente.
Pero el espejo se presta, en origen, a un conocimiento distinto, de tipo analógico y espiritual. Invita al espíritu a liberarse de lo sensible y pagar del efecto a la causa, es decir, a examinar el mundo a través de la inteligencia y llegar a las esencias. El famoso “conócete a ti mismo”. Privado de realidad al reflejo permite acceder al signo. El espejo invita a la mirada a trascender las apariencias, ¿pero qué pasa si el espejo distorsiona?, ¿si está empañado o turbio?, ¿si algún elemento extraño dificulta su visión? El espejo turbado tamiza lo real y lo tiñe de un manto de tristeza delicada, confusión y llanto silencioso. Se acentúa así el aire ya de por si brumoso que tiene toda imagen reflejada.
Este curioso objeto ofrecido en un principio al hombre para que conozca mejor su alma y triunfe sobre sus vicios, se pervierte actualmente y se utiliza con fines vergonzosamente materiales. El lujo, el exceso y el dominio de los sentidos han desvirtuado su utilización. El espejo aparece ahora para llenar y llorar una realidad ausente. Sin función y con una extremada libertad las vigentes personas objeto quedan sin alma, sin simbolismo. Una realidad líquida, húmeda y melancolía. Aparece además, en una vuelta de tuerca barroca, el contacto en el reflejo. Se multiplican las cosas, las apariencias y los bienes: cada objeto superpuesto en su superficie multiplica la reflexión. Las interferencias impiden el encuentro formal, distorsiona y filtra la experiencia del encuentro con el yo. La imagen aparece borrosa y ya solo nos podemos reconocer a través de fragmentos dispersos. El yo adquiere el gusto de saberse otro, se libera. La extrañeza es menos. Pero la proliferación de reflejos acaba por dispersar y socavar al individuo confundiéndolo irremediablemente.
Reflejo del reflejo, cuesta verse en estos espejos intervenidos. La identidad cada vez más lejana, doblemente alejada. “Espejos agresivos, espejos vacíos, espejos empañados, todos estos desordenes especulares revelan siempre un grave problema de identidad”. Se remite, parece ser, a una desorganización psíquica, una suerte de curiosa anamorfosis. El ser parece como un extraño para sí mismo que trata de reconocerse en los pocos fragmentos dispersos que le permite el espejo manipulado (me doy cuenta que no solo soy incapaz de representar al ser humano sino que aún encima impido que se encuentre miméticamente en su reflejo); de esta forma sepone en cuestión la propia noción de sujeto, se produce su desmembramiento. Solo aparecen azares, dispersiones: yos anónimos y fragmentarios mirando sin reconocerse, solo viendo un ser que mira a un ser mirado. La pérdida de la identidad, la confusión de uno mismo con el otro, con otro. Identidades intercambiables. Espejos pues que no desvelan nada, que simplemente ahondan en el anonimato de la persona. “superficie muda” decía acertadamente Borges señalándonos el mundo actual de la inmediatez, la imitación y el olvido: “todo es acontecimiento y nada es recuerdo”.
Espejos rotos, simulacro, confusión y vacío. Caos e ininteligibilidad. El humanista aserto del conócete a ti mismo es sustituido por la indiferencia y la descomposición; ya no hay función simbólica en él.
Todo psiquiatra sabe que el deterioro de la imagen especular es uno de los claros signos de la demencia, y la indiferencia totales la última etapa de la misma. Desilusión y tedio, impersonalidad. El individuo mismo transformado en mera imagen, omnipotencia de la apariencia.
Jorge Perianes