AMARILLO
El amarillo es el centro de luz que huele a exceso, a plenitud de tiempo exacto y ancho. Pero hay también una fragancia doméstica de colonia aguada en el sol primero del día, jugo lento de limón que se derrama en el vaso indeciso Oriente. Por Occidente, en cambio, muere un amarillo casi rojo apurando la pasión del último licor y entonces huele dolorosamente a corazón de fruta, a quemadura que alcanza la semilla.
Hay amarillos de espeso perfume solar y otros que traen un aroma viejo de memorias muy gastadas. Y el mar vibra en aromas de raíz inquieta, que anuncian un cuerpo inalcanzable y gloriosamente desnudo, cuando Agosto posa en la corteza del agua sus razones de luz amarilla.
Berta A. Cáccamo