En una sala oscura hay unas pequeñas luces enfocando a una mesa con varios pinchos archivadores, que recordaremos de los comercios tradicionales. En mi particular memoria olfativa surgen entonces olores que me resultan muy familiares, la humedad de Oporto y las paredes de granito de sus tiendas.
En esos archivadores, que están conectados a pequeños motores invisibles que los hacen girar sobre sí mismos, hay unas pilas de fotografías al revés. No podemos ver las imágenes pero son pruebas de procesos de trabajo.
Los archivadores proyectan sus sombras en la pared. A la invisibilidad de la instalación se le añade otro nivel de intangibilidad: los archivos son ahora sombras en movimiento que no conseguimos tocar, ni tampoco ver su contenido. En ese momento los intento congelar a través de la fotografía, un intento que aporta a la fotografía su capacidad de fijar pero no de desvelar qué esconde esa sombra. En este movimiento hacia la inmaterialidad y la invisibilidad, los archivadores se acercan a la levedad de los archivos contemporáneos que se expanden por nubes y algoritmos. El olor ha cambiado, o tal vez ha desaparecido, porqué ¿huele lo inmaterial?
Dalila Gonçalves